
Sí. Un ingeniero en época de examenes no tiene vida :(
Menos mal que durará poco...
¡Saludos!
Ey, oye.
Mira, puesto que llevamos ya más de tres horas aquí metidos, y todavía no te he visto mover un dedo, dudo que vayas a hacer algo. Realmente, como ya está casi todo hecho, me da igual, pero no me voy a callar.
Me parece muy bien que no domines el tema, que aquel día tuvieras que faltar a clase por lo que sea. Me parece genial que no hayas tenido tiempo de estudiar porque estuvieras enfermo. Me parece perfecto que tengas que irte quince minutos antes porque si no te cierran la tienda. Lo que quieras.
Pero, colega, aquí somos un equipo, y tenemos que currar juntos. ¿Comprendes? Si nos han puesto en grupos es por algo. Si somos tres personas, es porque se estima que dos personas no pueden hacer todo el trabajo. Claro que, visto lo visto, sí que pueden. ¿Y sabes qué? No es gracias a ti, precisamente.
Y me molesta, tío. Vaya que si me molesta. Porque estamos la otra persona y yo dejándonos la piel para terminar esta maldita práctica a tiempo, reventados por los nervios y el cansancio, y tú no haces más que estar ahí mirando como un pasmado.
¿Qué pasa? ¿Crees que eres la única persona con exámenes? ¿O es que te parece que a los demás nos sobra el tiempo? No sé, a lo mejor es que según tú tenemos superpoderes. Pues va a ser que no.
Porque, al menos, digo yo, podrías haber dicho “mira, este tema no me lo sé bien”. Te habríamos dado algo más sencillo para hacer, que siempre hay trabajo por realizar, y no me habría importado nada. Y todos felices. O por lo menos, podrías haber dicho “perdonadme por no haber hecho nada, pero es que estoy triste/enfermo/pensando en otra cosa”. Pero es que ni eso.
Eso sí: ¿Sabes quién se va a poner de pareja contigo la próxima vez…? Quien yo te diga.
Y es que, a veces, de tan buenos que somos, acabamos siendo tontos.
PD: ¡feliz Día del Orgullo Friki!
El despertador suena, pero, por algún capricho de mi reloj biológico, llevo ya unos minutos despierto. Las sábanas de repente son muy pesadas, y mis piernas no quieren sostenerme. Un pantalón, una camiseta. Me aparto el pelo mientras me observo, legañoso, en el espejo.
El azúcar camufla el desagradable sabor del café. Mientras bebo, ruego porque la cafeína me despierte. Cinco minutos para mirar la portada del periódico. Nada interesante. O quizá es que ya no hay nada que me sorprenda.
La música a través de mis auriculares me inunda los oídos mientras saludo a la ciudad que comienza a despertar. Echo a andar. Las mismas calles, las mismas tiendas, las mismas casas. Me cruzo con decenas de personas distintas; estudiantes, ejecutivos, albañiles. A veces me pregunto por las historias que encerrarán sus vidas, llenas de miedos, deseos, ilusiones. Como la de cualquier otro. Como la mía.
Los anuncios me sonríen mientras intentan engañarme prometiéndome la felicidad: Un político, una modelo, un coche.
El aulario por fin aparece ante mí: Una masa gris, estática, desafiante. Los coches aparcan, la gente camina. Las puertas se abren solas a mi paso. Entro como cada día, para ser recibido por el eco de los pasos y las conversaciones de la gente.
Hay prácticas. Me siento frente al ordenador con mis compañeros. ¿Qué problema tenemos hoy? El programa se cuelga, no se oye el sonido, no me sale esta función. Cambia esta línea de aquí, métele más ganancia al sonido allá, prueba con este comando. Los minutos pasan frente al monitor mientras, poco a poco, vamos arreglando errores. A veces, hasta conseguimos hacer aquello que nos habíamos propuesto.
Clase. El profesor llena pizarras y pizarras con extraños símbolos que, pese a que aún no soy capaz de creer, explican con precisión cómo funciona la mismísima naturaleza, y gracias a lo cual, algo tan milagroso como hablar con alguien a distancia es posible. El tiempo pasa despacio, y los últimos veinte minutos no paro de mirar al reloj.
Al acabar, mi cabeza no puede más. La caricia de la brisa en el rostro es especialmente agradable. Al subir al autobús, veo un grupo de chavales que se hablan a voz en grito.
Como tranquilamente con mis amigos, charlamos de cualquier cosa. Después, me concedo una pequeña tregua para descansar. Y vuelvo a la carga, intentando descifrar el secreto que me permita desentrañar los misterios que permiten eso que llaman “telecomunicación”. La tarde transcurre entre folios en blanco que se llenan de fórmulas y ejercicios. A veces miro por la ventana, y siento envidia del cielo azul.
Y cuando el cansancio vuelve a llamar a mi puerta, ya casi es hora de cenar. Quizá me quede hablando con alguien, quizá repase algo, quizá me pierda con el ordenador. Una ducha, y a dormir.
Tumbado en la cama, con la luz baja, miro al techo, absorto. Y descubro algo: Otro día ha pasado, y yo sin darme cuenta.
Vaya, hombre.
I’m not afraid to die. I’m afraid to be alive without being aware of it. (Epica, Sensorium).