Hoy hace justo tres meses que comencé esta nueva etapa en Madrid. 3 meses justo. Y hoy por fin, cual anuncio de turrón navideño, vuelvo a casa. Nunca antes había estado ausente tanto tiempo, y ya iba siendo hora.
Ha sido como tantas otras veces: Nuevas caras, nuevas calles, nuevos retos. Pero distinto también a las otras veces: En esta ocasión, todo era nuevo. Todo.
Y la verdad es que he aprendido mucho. Muchísimo. Sí, he aprendido electrónica, programación, microondas, etc. Pero eso es sólo una parte.
Quizá la lección más importante con la que me quedo es la de la humildad. Es decir, sé que estoy estudiando una carrera muy dura y algo de mérito sí que me voy a atribuir, para qué lo vamos a negar. Pero, aun y todo. Humildad.
Porque me he dado cuenta de que en algunos momentos no queda más remedio que detenerte, y quitarte algo de carga de encima. En algunas ocasiones, hay que saber dónde está tu propio límite y luchar por superarlo, pero hasta un punto razonable. Si no se puede llegar de un salto, habrá que dar dos. Y punto. Repito: Sabiendo distinguir siempre el límite “a superar” y el límite “más allá de lo razonable”.
Y precisamente enganchando con esta conclusión, viene otra: Como digno pero humilde ingeniero técnico, llegar a una carrera con otro nivel al que no estás acostumbrado se hace difícil. Y ves que la gente está mejor preparada que tú, tiene más base, entiende mejor los conceptos. Ante esta situación, uno tiende a sentirse un poco frustrado e incluso envidioso, pero, después de razonarlo brevemente, la única pregunta a formular es:
“¿Y qué?”
Quiero decir, si a mi compañero de al lado le cuesta una hora la práctica que a mí me cuesta diez horas y encima le sale mejor (me baso en hechos), pues, ¡genial! Yo bastante orgulloso que estoy de haber conseguido terminar mi práctica y que todo vaya bien. Al final, lo que cada uno hace le incumbe únicamente a él. Después de todo, cada uno sigue su camino.
Hace tres meses dejé atrás una buena vida. Tenía un buen trabajo, estaba cerca de mi familia y amigos. Iba al gimnasio tres veces por semana, iba a buscar a mi hermano al cole, a clases de guitarra, tocaba con más gente, iba a clases de baile y de inglés. Sí, no estaba mal.
Así que ahora, cuando llegue a casa, me acordaré de todo ello. Y lo echaré de menos, porque todo era más sencillo. No tenía presiones, ni exámenes, ni trabajos, ni antenas ni microondas. Sí, cuando llegue a casa lo echaré de menos.
Pero sólo lo echaré de menos por unos instantes. Porque ese no era el camino que tenía que seguir.
Feliz Navidad.
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