Lo mejor de estas fechas no es, según lo veo, ni el turrón, ni las vacaciones, ni los regalos, no. Y no será porque no me gusten, ojo. Pero es que, ahora que -como ya comenté unas líneas más abajo- llevaba tres meses ausente de aquí, lo que más se agradece es volver a encontrarse con la gente. La rutina universitaria tiene el efecto analgésico de difuminar las consecuencias de la ausencia de tus seres queridos: Entregado al devenir cotidiano, no queda tanto espacio para pensar en ellos. Y eso es terrible.
Pero en el momento en que te acuerdas de ellos -una foto, una llamada...- de nuevo ese vacío se hace patente, denso, negro, delante de ti. Y es precisamente por eso por lo que los reencuentros son tan especiales. Poder compartir unas horas de conversación -que probablemente no serán suficientes- acompañadas de un café o una (o varias) cervezas, recordando esos viejos buenos tiempos, analizando y disfrutando del presente, y soñando con el futuro.
Y resulta estupendo ver que, aunque algunos se quedaron por el camino, todavía sigue habiendo gente con la que se sigue pudiendo compartir estos buenos ratos, estas preocupaciones y alegrías. Sí, todos hemos cambiado en mayor o menor medida desde la primera vez. Cada uno camina por su senda que le lleva más lejos de unos y (afortunadamente, para compensar) en algunos casos más cerca de otros.
Pero lo bueno es que todavía seguimos estando ahí. Y eso es más de lo que se podría desear jamás.
Feliz Año Nuevo. Recordad que cada día es tan nuevo como este año entrante.
Y como no me parece bien coger cosas sin permiso (o sin citar, al menos), aquí tenéis la página del fotógrafo:
Cómo mola Flickr.
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